31 Marzo / 6 Abril
En la newsletter de esta semana: la tumba de Chaplin, la búsqueda de un compositor de los 80s, arte a partir de la basura y mucho más...
EXTRA:
Esta semana he estado escuchando L'Amour, ese disco que Lewis - que en realidad se llamaba Randall Wulff - sacó en 1983. Esa atmósfera de motel de carretera, esa voz que parece venir de otro mundo y esos arreglos que son pura esencia me atraparon tanto como la historia de este espectro musical al que periodistas y fans persiguieron durante años.
La historia parece inventada: en 2014, un detective privado dio con él viviendo como un nómada en Calgary (Canadá). Era Randall Wulff, el mismo que en los 80 usó alias como "Lewis" y "Randy Duke", que malgastó fortunas en coches de lujo - para después dejarlos tirados - y que se esfumó sin reclamar ni un céntimo por su música. Cuando le dijeron que su disco se había convertido en objeto de culto y que se vendía por cientos, su respuesta no puede ser más zen:
«Les deseo a todos lo mejor. No miro atrás. Ahora hago cosas que me han llevado cuarenta, cincuenta años escribir. No busco dinero. No busco nada. Solo estoy rasgueando mi guitarra. Solo les deseo a todos lo mejor del mundo».
Pocos días después de la muerte de Chaplin, en 1978, dos mecánicos chapuceros y un mayordomo robaron el ataúd del cómico del cementerio suizo donde reposaba, exigiendo 600.000 francos a su viuda, Oona. Tras una negociación de película (y con la policía pisándoles los talones), los atraparon. El cuerpo fue recuperado once semanas después y, para evitar nuevos intentos, lo enterraron bajo casi dos metros de hormigón.
El remate cómico a este macabro disparate lo puso el dueño del campo de maíz donde escondieron el ataúd. Justo en el lugar donde estuvo la tumba improvisada, el agricultor colocó una losa de cemento con una inscripción digna de Chaplin: "Aquí descansó Charles Chaplin. Brevemente".
En Kinshasa, los artistas de la basura transforman desechos electrónicos, neumáticos y chatarra en esculturas surrealistas que desafían la miseria. El fotógrafo Stéphan Gladieu capturó a estos creadores anónimos posando orgullosos con sus obras: máscaras hechas de teclados, trajes de cables y armaduras de bidones. Más que reciclaje, es una rebelión estética donde lo descartado por el mundo se convierte en belleza. Una metáfora visual de un país que resiste con ingenio, usando hasta lo que otros tiraron. (Gracias a mi querida Eva Morell por pasarme esta maravilla).
Stéphan Gladieu, Vice «La destrucción y la renovación forman parte del mismo ciclo. El conocimiento indígena siempre lo ha entendido así. No se trata de evitar el colapso, sino de prepararse para la regeneración» - Mellisa K. Nelson.
@eva morell y @santi Araujo. Los mejores. 👏🏻👏🏻👏🏻
¡Qué maravilla esos artistas de la basura! ¡Gracias por compartirlo! ❤️